ar.Acerca de utopías, distopías y maquinolas


Imagen diseño AGM + Julio Arca / Atención, recto y sinuoso / 2005

Artículo/ Arte / publicado en Crann N° 19 / Año 6 - Septiembre de 2005

La escena comenzaba como prescribe la inexistente o hipotética Biblia de todo buen director cinematográfico, con una plano general. El cual mostraba una suerte de páramo de destrucción en que se adivinaban los vestigios de nuestra actual civilización, hecha añicos, en la forma de estructuras de edificios semidemolidos (como la lamentable realidad de Berlín o Iroshima en el año ´45 del siglo pasado). De pronto, una desmesurada pata o pie de robot irrumpió de forma violenta en primer plano, el Dolby del cine nos hizo pegar un cimbronazo en nuestras butacas. Nos cagamos todos.

Empezaba "Terminator 2", con mis amigos de aquella época (y de todas, lo he advertido más tarde) habíamos tenido la peregrina idea de visitar el hogar del séptimo arte para ver aquella superproducción hollywodense. No recuerdo mucho más que aquella escena de toda la película, lo cual es el síntoma que manifiesta a las claras que no se trataba de un gran film, pero evoco ese gran susto inicial, quizás subrayado en el hecho de que por la demora de uno de los integrantes de nuestro grupo, nos habíamos tenido que sentar en la primera fila de asientos. Sin embargo, aquel sobresalto, que adecuada y evidentemente respondía a las pretensiones del director, estaba cimentado en un miedo mucho más grande, primigenio y reiterado a lo largo de la historia de la humanidad: el horror a las máquinas. En este sentido, el argumento de Terminator es mucho menos inocente de lo que cabe suponer, al soñar un mundo en donde las máquinas sublevadas han tomado el control, argumento que se repite en "Matrix" y otras muchas películas.

No es aventurado afirmar que el miedo manifestado en filmes como "2001 Odisea del Espacio", acerca de una repentina autoconciencia de las máquinas, como ocurre con la computadora Hal 9000 que comienza a tomar decisiones por cuenta propia, es un temor que nace sincrónicamente con el amor que el mismo género humano y más nutridamente promueve por esta manifestación de su propio ingenio: la máquina. Es más, la sobrecogedora Hal, capaz de matar a uno de los protagonistas con tal de cumplir "su misión", demuestra no solamente el terrorífico requisito de la autoconciencia, sino que también posee sentimientos, lo cual la transforma en algo mucho más subjetivo, impredecible y caprichoso.

En cuanto al amor del hombre por las máquinas, ya se ha citado en exagerada medida las pretensiones pioneras de los futuristas, y la sobredimensionada prédica del movimiento moderno que quería convertir a los edificios y los hogares en "máquinas de habitar"; lo que en diseño se traduciría en el mito de lo "funcional", y la pretensión pseudocientífica de la comunicación sin interferencia. Nos ahorraremos en este artículo el enojo de citar nuevamente estos ejemplos. Sí traeremos a colación los ejemplos opuestos, es decir, aquellos que ensayaron en pleno nacimiento de la era de la máquina, una crítica y por que no, un vaticinio aciago en cuanto al futuro que nos depararía nuestra extrema vinculación y dependencia de ellas.

Frente al exagerado énfasis en la glorificación de las virtudes de las máquinas, que tuvieron muchas resistencias, pero que se impusieron de un modo difícilmente imaginable para el más creativo de los soñadores de esa época, como bien lo atestigua la parafernalia logística que nos rodea y de la que dependemos actualmente; algunos pensadores intentaron mostrar los defectos y los peligros que deparaban las máquinas en su desarrollo futuro. Así será como algunos ensayos o ficciones literarias orientados en este sentido, se entroncarán en una tradición de más lejana historia todavía, la creación de utopías.

Utopías y distopías

El término utopía se remonta a la redacción por parte del pensador inglés Tomás Moro de la novela cuyo predecible nombre es precisamente "Utopía". Moro, hombre político además y brazo derecho intelectual del rey Enrique VIII de Inglaterra, intentó expresar por este medio sus ideas en cuanto a la sociedad que pretendía para el futuro, reformas eclesiásticas incluidas. Sin embargo, Enrique iría más allá de las propuestas de reforma de la iglesia de Moro, quien era contrario a las radicales y violentas ideas de Lutero. Aquella posición del pensador, que inicialmente fue compartida por el rey, le valdría en su intransigencia la muerte, cuando Enrique VIII se proclamara cabeza de la iglesia (para poder divorciarse de su esposa que no le daba descendencia). Moro no apoyó el desafío del rey a la iglesia católica y al Papa, y pagó sus ideas con la vida. Lo cual puede dar buena cuenta de la vinculación histórica de la utopía con los ideales y la defensa de estos hasta las últimas consecuencias, si somos amigos de las moralejas y de la frase "las ideas no se matan" etc.; o bien puede demostrar absolutamente nada, salvo la inoportunidad de ciertos ilustres cabezas duras.

La definición de la Real Academia española del término utopía como: "Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.", no parece expresar en su justa medida cómo este tipo de ejercicios fueron utilizados a lo largo de la historia a modo de herramienta para construir una maqueta o un universo supuestamente ideal, o al menos diferente a lo establecido. Incluso antes de la obra de Moro, y del estricto nacimiento del término, se puede afirmar que "La República" de Platón es un ejemplo de este tipo de ensayos, donde se intenta establecer una simulación con visos de verosimilitud de una alternativa al funcionamiento "¿natural?" de la sociedad de una determinada época. Del mismo modo y en otros casos, la utopía ha estado ligada también a la ciudad, como en Ficino, o bien en Campanella y su Ciudad del Sol.

Por otro lado tenemos a las utopías relacionadas con el descubrimiento de una civilización perdida e ideal, quizás acicateadas por las revelaciones que sucedieron a las aventuras de aquel oscuro navegante genovés de corte de pelo carré (según cromo del Billiken), que contuvieron en sí sus propias leyendas ideadas para impulsar la conquista (El Dorado). Imaginarias comunidades como la Atlántida o el supuesto continente perdido, la reaparición en diferentes escenarios de las diez tribus perdidas de Israel, y hasta una hipotética civilización igualmente divorciada del trato con el resto del mundo llamada Shangri-La, ubicada en las inaccesibles cumbres del Tibet (creación del británico James Hilton y retratada en el film "Lost Horizon" de 1937); no son sino ejemplos de esta suerte de utopías relacionadas con los viajes y los descubrimientos. Este mismo género coincide con el idilio que en el siglo XIX y desde Napoleón (o antes desde el capitán Cook) , mantiene occidente con los viajes de exploración (y la aventura que suponían), como bien lo reflejan las profusas actividades de las sociedades geográficas de esos tiempos y las novelas de Julio Verne.

Como último inciso acerca de la utopía literaria, podemos decir que existen dos modos de pensar una sociedad utópica. Un modo es situarla en un territorio paralelo y desconocido o inexplorado, como en los casos citados en el párrafo anterior; otro es ubicarla en nuestro propio futuro, como extensión o como continuidad histórica que se sucederá al actual orden de las cosas. Esta segunda opción genera a su vez dos nuevas bifurcaciones, a saber: la utopía, que como señalábamos, es por definición una manera de representar cómo desearía el autor que fuera el mundo. Es decir un ideal de felicidad, orden, organización, democracia, libertad, equidad y pluralismo. En este primera variante podemos incluir las obras de Moro y Campanella.

Por el contrario, en la segunda bifurcación encontramos la "distopía", que se define como la visión negativa de lo que puede ocurrir en el futuro si se sostiene en el tiempo determinado sistema. Incluidas entre este grupo encontramos obras geniales como la novela "1984" de Georges Orwell, feroz crítica a lo que el autor veía como el futuro del orden comunista, que fue adaptada notablemente a la pantalla grande, en donde un impávido John Hurt en la carne (y la sangre) del protagonista Winston, soporta las torturas de un escalofriante Richard Burton.

También "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, publicada en 1932, trata de aleccionar acerca de los riesgos de la tecnología, las drogas de diseño y la eugenesia (aún antes de la llegada de Hitler al poder). Automáticamente odiamos a las chicas "neumáticas" de Huxley lo mismo que a los personajes perpetuamente rientes y sobrestimulados por el "soma" (que tanto recuerda al Prozac contemporáneo). Para la visualmente exquisita "Metropolis", película alemana de 1927, su director Fritz Lang representa un mundo hipotético situado en el año 2026, donde las máquinas han subyugado al hombre y lo han reducido a la categoría de esclavo. Solamente un puñado de poderosos las controlan, el resto vive para servirlas. La metáfora de Lang, subrayada por su fabulosa escenografía de neto corte expresionista, se estrenó en pleno auge del movimiento moderno, lo que enfatiza su provocadora crítica.

Podemos seguir citando ejemplos de distopías o visiones descarnadas y pesimistas del futuro. En esta categoría entran sin duda alguna las novelas "La naranja mecánica" de Anthony Burgess y "Farenheit 481" de Ray Bradbury, ambas traducidas al film; tal como la conocida "Blade Runner" del año 1982, referente esencial de la historia del cine y poco conocida por su título literario (su notable título literario, sólo comparable a los de Boris Vian): "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". Incluso la aparentemente inocua "La máquina del tiempo" de H.G. Wells, cuya traslación al celuloide con Rod Taylor como protagonista en 1960 sufrió tanto los penosos FX de esos años, es también una distopía donde el género humano se reduce en a una suma de monigotes sin lenguaje; por no hablar de "El planeta de los simios", donde los hombres del futuro son superados en inteligencia por los monos.

Un socialista y un criador de ovejas

Existen dos obras literarias, que coinciden en reunir los perfiles detallados en los capítulos anteriores, a saber: estar estructuradas en forma de utopía, e impulsar una crítica con respecto las máquinas.

La primera de ellas fue escrita por un conocido de todos nosotros, debido a su influencia en la historia del diseño y la imprenta: William Morris. Debemos un abordaje un poco más extenso que esta breve referencia a una de sus obras, y prometemos en el futuro realizar una artículo sobre la fascinante vida de Morris. Lo cierto es que dado su activa participación en el partido socialista británico, lo cual es de algún modo más notable porque Morris se trataba en toda línea de una aristócrata, y dada también su ideología anti-maquinista de muchos modos y por muchos medios expresada (su propio trabajo es muestra cabal de ello); Morris escribe a juicio de muchos su obra más importante en el año 1890: "News from Nowhere". La traducción castellana de "Noticias de ninguna parte", queda corta para expresar correctamente el significado del término Nowhere, que bien mirado podría traducirse como no-lugar o mejor como utopía.

La obra de Morris se relaciona fuertemente con las abundantes referencias del socialismo del siglo XIX a las utopías. En el período de tiempo que va desde el año 1820 a 1850 se ubican los trabajos teóricos (y prácticos en algunos casos) de los llamados socialistas utópicos: Robert Owen y su aldea Harmony, Charles Fourier y sus falasterios o la Icaria de Etienne Cabet, son frutos de esta misma tendencia, que se relaciona con diversas formas de estructurar una sociedad ideal de raíces socialistas.

La notable novela de Morris no es otra cosa que el viaje de su alter ego, que es denominado sencillamente como "huésped", tal vez subrayando su destino efímero en ese contexto. Al despertarse, el huésped encuentra que el mundo a su alrededor ha cambiado. Como el yankee en la corte del rey Arturo de Twain, que viaja hacia el pasado, el huésped ingresa en una sociedad del futuro que ha prescindido casi completamente de las máquinas, de los hacinamientos en la ciudades industriales, del trabajo esclavo y a disgusto con el sólo objetivo de la supervivencia, de las relaciones sociales rígidas y del matrimonio decimonónico. En cambio, este idílico sueño pastoral, nos muestra una sociedad feliz, donde ha desaparecido el dinero, (representado como eje fundamental de los tormentos del hombre moderno), el trabajo constituye un placer preciado pues todo el mundo busca hacer lo que le gusta, y de este modo lo producido ha llegado, merced a esta artesanía realizada con placer y amor, a cotas de magnífica calidad nunca alcanzadas por la máquina.

En este mismo escenario donde la propiedad privada ya no tiene sentido, los barrenderos visten fastuosos trajes y adornos de oro y la educación de los niños ha dejado de ser una preocupación atendida por rígidas instituciones. El edificio del parlamento, en una metáfora agresiva hacia el poder legislativo británico, se conserva como vestigio de la pasada arquitectura, pero es utilizado como depósito de abono.

En la utopía de Morris se cristalizan las ideas que él mismo trató con diferente éxito de implantar en su propio trabajo (el ejemplo que más nos compete como diseñadores es quizás su labor en la Kelmscott Press), pero también su actividad como miembro del partido socialista inglés. El detalle más importante, a los fines de establecer su relación con este artículo, es el hecho de que las máquinas, a las cuales Morris atribuía la responsabilidad de haber rebajado la calidad de los objetos producidos en Inglaterra después de 1830 hasta límites intolerables, desaparecen casi por completo en la sociedad utópica de News from Nowhere; estas solamente se conservan en talleres comunales o en las sugerencias de la importancia de la electricidad como fuerza motriz, en un primer y rudimentario pensamiento ecologista.

Mucha más radical es la segunda obra que nos aplicaremos en citar, ya que en "Erewhon" (título que como ya habrán advertido es un anagrama basado en la palabra Nowhere) del insólito filósofo y criador de ovejas (como el mismo se denominaba) inglés Samuel Butler, las máquinas son excluidas del mundo ideal por él formulado. Ser portador de una máquina, así sea ésta un inofensivo reloj, es delito en el país utópico que el protagonista, en quien también adivinamos inconfundiblemente rasgos del propio autor, descubre tras de una convenientemente difícil y accidentada exploración. La novela de Butler por tanto puede incluirse rápidamente en la tradición de viajes-exploraciones-descubrimientos en que se basan ciertas utopías, como antes apuntábamos.

En "Erewhon" la enfermedad es castigada con la cárcel y el delito es tomado como una afección a la cual tratar. Las máquinas fueron, tras muchos años, dejadas de lado por el riesgo de que, merced a su desarrollo, tomen la preeminencia sobre el género humano. Y si a primera vista tal consideración puede juzgarse descabellada, en su "Libro de las máquinas", el autor inglés se dedica a sintetizar un supuesto tratado erewhoninano acerca de este riesgo. Aquí, solapadamente debajo de ese discurso ficticio y novelado, Butler realiza una exposición tan brillante de sus ideas acerca de la relación del hombre y la máquina, y del futuro de ésta, que deja pasmado al lector más preparado acerca de la posibilidad de que en algún momento de su desarrollo, las máquinas puedan efectivamente tomar sus propias decisiones.

"... Hubo un tiempo en que la Tierra, según todas las apariencias, estaba enteramente desprovista de vida vegetal y animal, y en que según la opinión de nuestros mejores filósofos, era simplemente una bola redonda y caliente... Ahora bien, si un ser humano hubiese existido cuando el estado de la Tierra era así... ¿no habría creído aquel ser que era del todo imposible que criaturas dueñas de algo parecido a la conciencia surgiesen de las cenizas que tenía delante?... Sin embargo con el curso del tiempo la conciencia llegó ¿No es posible, entonces, que haya nuevos canales cavados para la conciencia, si bien al presente no nos es posible discernir señales de ellos?...".

"... Demos por sentado... que los seres conscientes hayan existido por unos veinte millones de años, y fijémonos ¡qué pasos han dado las máquinas los últimos mil! ¿No durará el mundo veinte millones de años más? Si esto es así ¿qué es en lo no se transformarán por último?...".

¿Sólo los animales y los seres humanos tienen conciencia? ¿Una planta, dice Butler, no tiene conciencia?

"...Hasta una patata abandonada en un sótano tiene cierta astucia que le sirve admirablemente. Sabe con exactitud lo que quiere y cómo conseguirlo. Ve la luz que pasa desde la ventana del sótano y envía allí sus ramificaciones, arrastrándose directamente hacia allí; reptarán a lo largo del suelo y por la pared y hasta afuera de la ventana... ¿Qué es la conciencia si esto no es conciencia?...".

En cuanto al problema de la reproducción de las máquinas, que frenaría cualquier eventual posibilidad de su dominio Butler dice:

"...Dicen algunos con quienes he conversado sobre este asunto que las máquinas nunca podrán transformarse en existencias animales ya que carecen de aparato reproductor... ¿son insectos los que hacen reproducirse a muchas plantas, y no se extinguirían si su fecundación no se efectuase por medio de una clase de agentes que le son completamente ajenos?..."

Butler establece claramente que el hombre cumple la función del insecto en la planta, él es el aparato reproductor de las máquinas. ¿La máquina no come? ¿No quema energía igual que el hombre? ¿No es el fogonero de la máquina a vapor lo que el cocinero es al hombre?.

"...¿Quién dirá que un hombre ve un oye? Él es una colmena con un enjambre tal de parásitos que es dudoso que su cuerpo sea más de él que de aquellos, y si, en resumidas cuentas, no es más que una especie de hormiguero ¿no se convertirá el hombre mismo en una especie de parásito de las máquinas? ¿Es el gusano afectuosamente prendido de esas máquinas?"

Ya a fines del siglo XIX Butler describe hombres que viven día y noche atendiendo a las máquinas. Es innegable que desde esa época nuestra dependencia y relación con ellas se ha profundizado. Baste decir que para cuando Buttler escribe su utopía la computadora no era ni siquiera un concepto o una fantasía, y la máquina más desarrollada era la de vapor. En esos años hablar de inteligencia artificial era una quimera, en los nuestros el software de dictado de mi PC aprende el modo en que yo pronuncio las palabras para mejorar su trabajo en el próximo dictado.

Apague la computadora, el televisor, la radio, el automóvil, corte el gas y la luz de su hogar, apague el teléfono celular y no compre ya ningún producto manufacturado, cultive su huerta y fabrique sus propias herramientas, rompa los vidrios de sus ventanas y ponga en su lugar papel encerado: usted está en la edad media; abandone su huerta, cace para sobrevivir, recolecte los frutos de los árboles, múdese constantemente de región cuando ésta agote sus posibilidades de alimentarlo: usted está en la prehistoria; ya no es cazador solo recolector, súbase a los árboles para huir de las fieras: usted es un mono.

Nuestra concepción de que la tecnología depende de nosotros es falsa, nosotros dependemos de la tecnología. Somos el parásito de Butler. Esperemos que como él temía, las máquinas que creemos dominar no se aviven. O si no: switch off.


Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Por qué un Blog?

ar.Comidita para intelectuales, el “Mac Guffin”

ar.Música, diseño y posmodernidad