ar.El Vacío, Miles Davis, y las trompetas marinas


Tapa Crann N°1 - diseño Crann

Artículo/ Arte / publicado en Crann N°1 / Año 1 - Septiembre de 1999

La génesis de la obra de arte conlleva un supuesto recurrente a lo largo de la historia: el misterio. El por qué de cada obra merece una explicación puntual y detenida y hasta en ocasiones estúpida, y otras veces en realidad no se encuentra (y este es el gran temor de quienes quieren comprenderlo todo) una explicación consistente. Puede ser que hasta llegue a ser imposible encontrarles un sentido, y suele explotarse este hecho en la estafa de obras vacuas que pretenden revoluciones varias (sin darnos nada). En ocasiones incluso el sinsentido es en arte sinónimo de inteligencia y talento, lo que en otras disciplinas lo sería de catástrofe y locura. Lo que para Escher es un fascinante juego visual, para la arquitectura sería una escalera que no sube y no baja y ni siquiera es ya escalera.

Tal vez por esta falta de explicaciones en general, y en particular de cómo surge en el artista la obra en sí, se han arriesgado hipótesis que van desde la aparición de musas que soplan al oído inspiraciones superiores, hasta sublimaciones libidinales descargadas en forma de telas, poesías o canciones. Escasos son los acuerdos pues en tanto que la obra, como de la génesis o las motivaciones de ésta. Sin embargo hay un curioso punto de contacto entre artistas consagrados y principiantes, y es lo que Kandinsky definió brillantemente como el pánico a la tela en blanco.

LA TELA EN BLANCO. Este concepto no pertenece solamente al ámbito de la pintura, sino que campea como una sombra sobre la poesía, la música, la escultura, el cine, etc. La tela en blanco es el VACIO. Y el vacío es: el silencio, la ausencia, la soledad, en definitiva la nada (y por qué no la muerte). El artista sentado frente a la tela en blanco comienza a luchar contra la nada. Imagen quijotesca que connota un designio superior al mero hecho de pintar o de crear. El artista lucha contra la ausencia mediante el nacimiento, contra el vacío mediante la creación, en ocasiones contra sí mismo en nombre de sí mismo, en ocasiones contra el mundo. La creación es lucha, y no es siempre heroica como nos hicieron creer los románticos, a veces es camino lento y silencioso como el de Redón, es pelea de uno solo contra algo que él solo sabe que existe.

Jean Paul Belmondo joven despeinado en una cama desarreglada le dice a su pequeña, adorable y enfermiza coprotagonista de Sin Aliento (citando a Faulkner): “…entre sufrir y la nada, prefiero sufrir…”. Belmondo hablaba de la vida y sin embargo hablaba también de la muerte, de la muerte en vida, de la muerte que supone esa nada; propone que sufrir, que es tal vez lo peor que nos puede pasar, es mejor que la nada. Jean Luc Godard nos podría haber estado hablando también del arte, tal vez hasta lo estuviera haciendo.

Lo que espacialmente definiríamos como vacío es lo que temporalmente llamamos silencio. La obra musical se extiende en el tiempo de forma lineal, no hay un arriba y abajo ni derecha ni izquierda sino un antes y un después. Lo que el pintor hace contra la tela en blanco el músico lo hace contra el silencio. Ambos luchan contra ambos. El punto de inflexión es cuando el artista consigue neutralizar el terror al vacío y llega a la síntesis absoluta. Malevich llegó a ella cuando pintó “Cuadrado blanco sobre fondo blanco”. La música hizo otro tanto cuando John Cage se sentó ante la audiencia atónita de un teatro, y durante tres minutos NO tocó el piano. ¿Maravillosa acrobacia conceptual? ¿Humorada? En todo caso triunfo del vacío, de la nada.

Sin embargo, ambos artistas no llegan solos a esos resultados. Detrás de ellos son legión los que fueron descubriendo poco a poco que el mundo no puede ser un conglomerado informe de figuras sin fondos, sino que el silencio, la nada, hace el contrapunto de las notas musicales y los motivos en primer plano. En teatro la sostenida e intencionada ausencia de sonido crea el “silencio dramático”. Jim Morrison se empeñaba en quedarse mudo frente a miles de personas durante largos minutos creando una tensión casi insoportable en el ambiente. Esto no era nuevo, el silencio como pasaje entre una nota y la otra crea una tensión. Cuando el ritmo no cae donde se lo espera uno se inquieta, como aguardando a alguien que llega tarde. El blues primero y el jazz después explotan la eficacia del silencio, la modulación de este silencio para crear tensión. El vacío cobra sentido casi tanto como el sonido, la modulación de ese vacío da carácter a ese lleno (palabras, notas) que llega después. La escobilla de Connie Kay cae tarde sobre el parche, y los dedos de John Lewis se deslizan indolentemente sobre el piano mientras uno imagina un ambiente lleno de humo y tristeza. El jazz descubre el silencio en la trompeta de Miles Davis, más interesado en modulaciones sutiles que en solos rápidos y altisonantes. En nuestro país el “polaco” Goyeneche era un maestro en el arte de modular tanto las palabras y la expresión, como el silencio y la tensión dramática, él mismo decía que la suya no era una gran voz, sino que su magia estaba en la interpretación y buena parte de esta magia residía en el manejo de el tiempo entre palabra y palabra, frase y frase.

En la plástica uno de los más maravillosos prestidigitadores de la ausencia, del vacío, fue Eduard Munch. El maestro noruego jugaba en sus telas como nadie tal vez lo ha hecho después, a encastrar las figuras con el espacio circundante. En Munch las curvas que rodean las figuras, siempre las curvas en toda su obra, componen un todo con el espacio, y no mediante el recurso simple de la falta de contrastes, sino en la configuración de una solución plástica donde el fondo no es un mero sustento sino que es a su vez un protagonista paralelo y no inferior a las figuras. La pinturas forman así rompecabezas donde figura y fondo juegan un papel de alimentación mutua.

El arte conceptual parece haber llevado el vacío hasta sus últimas consecuencias, haciendo desaparecer de la galería la obra en sí. ¿La síntesis de la síntesis? No del todo. El eje del discurso se muda de la obra al autor, pero no desaparece, ahora la obra es el autor. La performance no es ausencia sino que es una presencia de otro género, a veces conmocionante y a veces laxa, pero figura al fin. Y cuando como Joseph Beuys el vacío se llena de palabras, la sensación es la de haber llegado nuevamente al punto de partida. Podríamos decir incluso que ahora Beuys lucha contra la nada del silencio.

Hay obras que gritan (y no son necesariamente musicales) hay también pinturas que gritan, y lo hacen MUY fuerte. Hay obras que nos conmueven y hasta nos sacan de las casillas o nos hacen llorar. Hay algunas que incluso nos hacen pensar, lo cual es muy pero muy raro, y habla por añadidura muy bien de ellas y de sus autores. Hay artistas que tienen tanto que decir que se atropellan a sí mismos y nos dejan confundidos y embestidos, hay autores llenos de explosiones como Withman o Van Gogh, que nos levantan o nos sumergen en sus torbellinos. Hay otros que nos paran en seco y nos obligan a entrar en su ritmo y a cambiar el nuestro, como Degas o Rothko, a de-te-ner-nos junto a ellos. Hay algunos que simplemente juegan, como Miró que parece invitarnos a sonreír y a meternos en un mundo lleno de fantasía, a un mundo suyo.

Y hay otros. Hay otros artistas. Que descubren el valor de lo que no está, de lo incompleto, de lo ausente. Que refuerzan ese valor y lo usan para sí mismos, lo ponen en su obra y es parte de ella, no es el afuera, no es el fondo, no es el enemigo contra el que hay que luchar. El silencio, y en el silencio una nota, pequeña, que nos obliga a agudizar el oído, a prestar atención, a completar lo que falta, a imaginarlo. Lo que está alrededor es SUGERENTE. Sugiere, no indica; el resto es nuestro, somos nosotros imaginando lo que falta.

Hay un hermoso poema de Guillaume Apollinaire que siempre me fascinó; ese poema comienza diciendo: “…y el único cordel de las trompetas marinas…” y termina, así, simplemente. Podría ser el primer verso de un poema maravilloso, pero el resto de los versos no podrían ser seguramente, tan bellos. Apollinaire dejo alrededor una página vacía y un montón de silencio. A veces me imagino como puede sonar esa única nota de las trompetas marinas, me imagino la música del mar, me imagino quien la toca, me imagino todo lo que falta que me diga Apollinaire, en ese silencio, en esa nada que me dejó alrededor.

El pobre personaje de Belmondo no habría leído quizás este poema, o no poseía tal vez la imaginación suficiente.


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