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Artículo/ Comunicación / publicado en Crann N° 14 / Año 5 - Junio de 2004

He aquí que existió este caballero llamado Michel Foucault, caballero francés él. Quien comenzó a vislumbrar en la trama del mundo, maquinarias y engranajes con lógicas despiadadas, irrefutables, que actuaban coordinadamente en la consecución de objetivos ocultos. Estos objetivos se relacionaban con el mantenimiento del poder en manos de quien lo detentaba. Investigó y profundizó lo que Hauser entre otros comenta como “... la relación fundamental hegeliana "señor y esclavo"... que... “se encontrará en cada época histórica con una u otra variación ...”.

Dedicó pues toda su vida a estudiar la manera en que se formaron estos mecanismos, su estructura, su aplicación en la trama social y en el individuo; y se aplicó también en la creación de una herramienta crítica y operadora (en el sentido clínico de la palabra - no olvidemos la fuerte vinculación de Foucault con la medicina) de estos mecanismos despiadados y de estos discursos que los justificaban. Esta herramienta se llamó genealogía.

El poder se ejerce de maneras muy diferentes y es por eso que Foucault se aplicó a estudiarlo desde diversos ángulos. El poder como vigilancia, el poder como represión, etc.

El surgimiento de este post-filósofo/sociólogo/historiador se encuadra en la corriente (¿superadora?) de la posmodernidad. Quienes cuestionaron el concepto moderno de “verdad”, que hasta ese momento había sido el principal objetivo de la búsqueda filosófica.

En resumidas cuentas ¿qué es la verdad? ¿existe? Y en todo caso ¿quién dice cuál es la verdad? Esta es una de las bases desde la cual se critica el edificio de toda la historia de la filosofía moderna. Edificio que intentarán demostrar, dio, da y dará de comer a las más variadas alimañas.

El principal ataque de la posmodernidad es hacia los llamados metadiscursos. Estos son los que engloban en sí una pretensión de verdad abarcadora, tanto filosófica como instrumental. El poder produce mecanismos, y estos mecanismos producen instrucciones para quienes operan estos mecanismos, por tanto el ejercicio de poder produce saberes que recopilados y distribuidos tienden al mantenimiento y la perpetuación de estos mecanismos (y por tanto del poder y quienes lo detentan). La ley no viene antes del mecanismo sino que deviene de él. Por otro lado, el poder produce discursos que articulados, justifican el orden imperante de hecho, le dan base desde la letra. Estos discursos son de muy diverso orden, y sorprende comprender que algunos “saberes” que consideramos “objetivos” no lo son tanto.

La ciencia, y hasta las ciencias exactas, están impregnadas de ideología y de voluntad de instrumentación política. Algunos discursos algo vetustos, mirados en perspectiva, pueden ser claramente ejemplificadores a este respecto; lo que no sería tan claro tal vez en discursos más actuales. En este sentido escucharemos a uno de los portavoces de la filosofía escolástica: Jacques Maritain:

"...Toda ciencia es de por sí autónoma, en el sentido de que posee los medios necesarios y suficientes para asegurar la verdad en su terreno, sin que nadie pueda negarle las verdades así establecidas. Pero puede suceder que una ciencia, o mejor un sabio, se engañe accidentalmente en su propio campo. En este caso la ciencia en cuestión puede sin duda juzgarse y rectificarse a si misma; pero es claro que una ciencia más elevada podrá juzgarla y rectificarla... y especialmente la filosofía primera o metafísica es la ciencia más elevada. Por consiguiente, a ella corresponde JUZGAR a todas las demás ciencias humanas, en el sentido de condenar como falsa toda proposición científica, incompatible con sus propias verdades... por consiguiente, la filosofía DIRIGE a las demás ciencias...” .

Pobre científico engañado accidentalmente en su propio campo, pobre Copérnico pensando que la Tierra giraba alrededor del Sol, por suerte la filosofía (en el caso de Copérnico la teología de la iglesia cristiana) siempre veló por la seguridad de la verdad.

El control del discurso científico, y también y sobre todo el control de los discursos históricos, hará posible que el poder de turno tenga la posibilidad del rewind y de la reescritura de los hechos, para justificar el orden imperante. Tradiciones y herencias inventadas o forzadas, personajes exaltados o desaparecidos, son algunos de los recursos con que cuenta el poder dentro del discurso de la historia. En la novela “1984” de George Orwell, el personaje principal se dedica todos los días a reescribir la historia (en un ministerio formado a tal efecto) con relación a las variaciones que se dan dentro de las altas esferas del poder. Así se excluyen personajes o se modifican hechos.

Esto, lejos de la ficción, pasó y pasa en la creación de los discursos históricos. En la película supuestamente documental, realizada durante principios del régimen comunista en Rusia: “Octubre” de S. Eisenstein, la figura de Trotsky es flagrantemente omitida en la descripción de los acontecimientos de 1917. El régimen leninista ya comenzaba a modificar sus propias huellas.

Es con respecto a los metadiscursos, y a su pretensión de erigir sus supuestas “verdades” en conocimientos científicos y en ciencias en sí mismas que Foucault nos dice: “... ¿no sería necesario interrogarse sobre la ambición de poder que comporta la pretensión de ser una ciencia? Las preguntas a hacer serían entonces muy diferentes. Por ejemplo: "¿Qué tipos de saber queréis descalificar cuando preguntáis si es una ciencia?" "¿Qué sujetos hablantes, discurrientes, qué sujetos de experiencia y de saber queréis reducir a la minoridad cuando decís: `Yo, que hago este discurso, hago un discurso científico y soy un científico'?", "Qué vanguardia teórico-política queréis entronizar para separarla de todas las formas circulantes y discontinuas de saber?...".
Tomemos la oración "...Qué tipos de saber queréis descalificar cuando preguntáis si es una ciencia?...". Foucault nos habla de la ciencia descalificadora de saberes. ¿Qué saberes? Los saberes alternativos, regionales, los saberes de las tribus y de los indígenas, podrían ser un buen ejemplo.

Recordemos la utilización hasta el abuso del mito del “buen salvaje”, cuyo conocimiento “mítico”, “animista”, etc., era considerado a tal grado inferior al occidental, que se erigía a este personaje ideal como el ejemplar perfecto de la tabula rassa, hoja en blanco o como quiera llamársele. Para ejemplos ver “Cándido” de Voltaire. O más acá en el tiempo los comentarios de Freud en “Tótem y Tabú” son también muy ilustrativos: “...estableciendo una comparación entre la psicología de los pueblos primitivos... y la psicología del neurótico... escogeremos para esta comparación las tribus que los etnógrafos nos han descripto como las más salvajes, atrasadas y miserables... no podemos esperar ciertamente, que estos miserables caníbales desnudos observen una moral sexual próxima a la nuestra...”. Era (y es) imprescindible una mirada peyorativa sobre el “otro”, sobre sus costumbres, sus creencias, sus ciencias, que estableciera una relación asimétrica donde apoyar el dominio que occidente tendría a lo largo del tiempo. Haciendo asomar de paso los demonios de la “otredad”, los fantasmas de la barbarie, y otros cucos varios con los cuales asustar a occidente; o a lo sumo destacando el carácter exótico, o pintoresco (término surgido de la pintura y no al revés) de los llamados “salvajes”.

Qué hace la genealogía frente a esto: “...La genealogía sería entonces respecto y contra los proyectos de inscripción de los saberes en la jerarquía de los poderes propios de la ciencia, una especie de tentativa de liberar de la sujeción a los saberes históricos, es decir hacerlos capaces de oposición y de lucha contra la coerción de un discurso teórico, unitario, formal y científico...” y esto lo hace a través de “... la reactivación de los saberes locales... contra la jerarquización científica del conocimiento y sus efectos intrínsecos de poder...” (Foucault, sic)

Otro tanto hará el estructuralista Claude Levis Strauss en el caso de la antropología, describiendo con ejemplos concretos el profundo conocimiento de las llamadas “sociedades primitivas”, en cuanto a por ejemplo la clasificación y utilización de diversas especies de plantas. Conocimiento que superaba ampliamente a las que la ciencia botánica occidental tenía al mismo respecto.

Resumiendo: tenemos pues, esta mirada hacia los mecanismos que hacen que el poder se perpetúe. Un estudio minucioso de estos mecanismos, pero no desde la letra o la ley, sino desde los efectos que llegan a la sociedad de esa ley, desde los “capilares” del sistema y no desde lo que supuestamente rige o reglamenta la instrumentación. Esta mirada opera a través de la genealogía, que mediante su forma de estudiar y analizar, se opone a ese discurso único, abarcador, intolerante. Es la misma mecánica de la genealogía, en su estudio puntual de recortes particulares de la historia, que van formando islas dentro de la trama histórica, la que nos aleja cada vez más de un discurso abarcador. Dentro de estas miradas esclarecedoras sobre diversos puntos de las estructuras del poder, Foucault pone hincapié en la formación y manipulación del discurso histórico como autojustificación del mecanismo en sí.

Desde esta base que nos da Foucault podríamos decir que otra cara, o si se quiere otro método para esta misma justificación, es la manipulación de los medios de comunicación, y en la actualidad de los llamados mass media. Aunque alejadísimos de pensar que nuestros balbuceos pueden inscribirse en una contigüidad siquiera de género junto a los pensamientos del maestro francés, sería interesante echar una mirada rápida sobre los medios de comunicación, encuadrados o coordenados en esta estructura despiadada que crea el poder para justificarse o conservarse.

Existen ejemplos de sobra a lo largo de la historia, que reflejan el influjo que los medios de comunicación tienen y tuvieron sobre la sociedad. Franklin Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, hizo toda su campaña electoral en 1931 con el apoyo de la creciente radiofonía. Lo que pocos sabían, ya que la difusión de imágenes en esa época era realmente escasa (algún corto cinematográfico al estilo “Sucesos Argentinos” y poco más) era que Roosevelt apenas podía caminar, ya que hacia el año 1921 había sido atacado por la polio. Hay escasísimos registros (apenas dos o tres) que lo muestren caminando. Sí de pie, pues utilizaba un armazón por debajo de la ropa que mantenía sus piernas enfermas erguidas, pero nunca caminando, pues su renguera daba una “imagen desfavorable” para quien debía conducir el destino de esa nación en los convulsionados años de la gran depresión.

Célebre como paradigma del caos que una mentira puede desatar a través de un canal supuestamente confiable como es la radio, es la transmisión radiofónica hecha en 1938 por Orson Welles en la noche de Halloween. Basándose en textos de la obra “La guerra de los mundos” (recomendamos su versión cinematográfica – ¡¡atención al final!!) de H.G. Wells, narró con lujo de detalles el descenso de marcianos hostiles en Nueva Jersey. Y tal fue el grado de autenticidad de los flashes de noticias y los testimonios de testigos oculares, que provocó una hola de pánico en los radioescuchas, que incluyó (según dice el mito) algunos suicidios.

En nuestro tiempo, establecer la importancia de los medios de comunicación parece irrisorio, pues nadie puede negar su gravitación decisiva en la “formación” de opinión. Formación que en este sentido es opuesta a “información”, y que se refleja en los medios de diversas maneras.

Desde la estructura del mensaje, que puede poner énfasis sobre uno u otro aspecto de lo informado. Pongamos por ejemplo un reclamo realizado por trabajadores. Es diferente poner el énfasis sobre lo que se reclama, que ponerlo sobre las dificultades que ese reclamo provocó en la población (si incluye cortes de ruta, etc.). La mirada del espectador se puede volver positiva o negativa con respecto a un tópico, con el cambio de acento hacia uno u otro lado de lo informado. Puede también ocurrir que la manipulación de la información esté dada en la omisión de ciertos temas frente a otros, no ya en la forma de informarlo, sino en la lisa y llana ignorancia.

Otro mecanismo también explotado es la inflación de algunos temas. De esta forma, dando importancia desmedida (incluso a riesgo de alarmar o preocupar en vano al público) a ciertas informaciones, se “tapan” o se ocultan otras, que sería tal vez más relevante que se supiesen, pero que traerían efectos indeseables para el poder. Así vemos "surgir" en los medios temas que viven un período de gloria cada vez más corto, ya se trate de desnutrición infantil, secuestros, violaciones, etc., y que desaparecen luego. Sin embargo esos temas no siempre responden a un auge o una escalada estadística, o a la inversa su desaparición de los medios no está vinculada a su solución, sino que surgen y permanecen unificando la temática de los debates e informaciones, y dejando de lado seguramente otro género de mensajes que pueden tener tanta o más relevancia.

En cuanto a los llamados multimedios, hay que poner especial atención a los mensajes emitidos desde ellos. Ya que son éstos los que pueden reproducir y multiplicar una información específica a través de diversos canales de comunicación. De esta manera se puede sobrevaluar la importancia de una temática (o de la interpretación que se tiene sobre ella) a través de su aparición repetida en la gráfica, radio y TV, como son algunas de las configuraciones de los holdings informativos en nuestro y en otros países. En algunos casos, el aroma a monopolio que se da en ciertos géneros (como puede ser el periodismo deportivo) es innegable.

En la época en que la Argentina se iba por el desagüe ¿usted, temió por la bacteria del Antrax? Dígame, realmente, cuando le llegó esa carta misteriosa que le ofrecía un seguro todo riesgo para su perro, ¿no temió ser víctima de un atentado? ¿No tomó los sobres difusamente misteriosos (promociones, etc.), con la punta de los dedos y con un atisbo de terror? ¿Cuántos sobres llegaron con la bacteria a la Argentina? Ninguno. Usted dirá bueno, vivíamos una situación de alerta mundial, bla, bla, bla. ¿Y ahora no la vivimos? ¿Y quién se acuerda del Antrax.? ¿No será que los medios explotan un tema para tapar otros? ¿No había nada más importante en los medios (nada más importante en Argentina) que el tema del Antrax? Creo recordar que por aquellos días sí pasaban cosas más importantes por estos pagos (the world in default).

Puestos a preocuparse por la salud de la población ¿No sería bueno que los medios difundieran algo más relacionado con nuestros problemas? ¿Sabe cuánta gente muere al año por mal de chagas en nuestro país? ¿Sabe siquiera cuanta gente hay infectada? Alrededor de tres millones ¿Sabe cuántos infectados hubo por el Antrax? ¿Y cuántos murieron? Ninguno, por supuesto. ¿Qué le parece más importante? ¿Ve o vio a alguien hablando por los medios sobre mal de chagas?

Por todo lo anterior, y porque el filtro más confiable termina siendo finalmente uno (como es lo más deseable), es importante prestar atención de dónde (y de quién) proviene el mensaje que estamos recibiendo. En qué medio se está emitiendo ese mensaje, y en consonancia y simultáneamente con qué otros medios. En qué multimedio se incluye (en el caso de hacerlo). Si es un diario o revista, a qué editorial pertenece, o quienes son sus directores o dueños; lo mismo corre para la TV o la radio. De esta manera podremos descubrir a qué intereses responde cada uno, o en el mejor de los casos, si lo que estamos viendo es realmente o no un mensaje independiente, ya que la ambición de “objetividad” es una utopía perdida como tantas otras.

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