ar.A quien corresponda. Un aporte a la polémica Arte vs. Diseño


Crann N°12 - artículo - diseño Crann

Artículo/ Diseño / publicado en Crann N° 12 / Año 4 - Octubre de 2003

Obertura

Cualquiera de nosotros que posea una muy sucinta o breve formación acerca de lo que trata la psicología, pelotón entre los cuales me incluyo, sabrá que por el año 1900 existió en la hermosa y templada Viena un enjuto hombrecillo, judío él, gran fumador de habanos y afectado por propiedad transitiva por el cáncer, que definió las fronteras de lo que por aquel entonces era una disciplina tanto o más nebulosa que las volutas que sus cigarros producían. Este caballero, cuyo rostro barbado fue uno de los iconos más explotado por la imaginería del siglo XX, se llamaba como no, Sigmund Freud.

Lo cierto es que el bueno de Sigmundo dejó con su trabajo y teorización la más formidable huella hasta esa fecha, acerca de todo lo relacionado con el análisis de la personalidad y en general de lo que pasa en ese recinto oscuro y mal ventilado que es nuestra cabeza. Nos indicó que adentro nuestro viven unos tipos en eterna disputa que llamó Yo, Super Yo, Ello, etc. Y que estos señores beligerantes entablan un continuo juego de mutua censura, de resultas de lo cual poco es el porcentaje que se ve en nuestras nobles o infames caras y/o conductas de lo que en realidad ocurre adentro nuestro.

Y como si no fuera suficiente ya con estas revelaciones, y con la evidencia de lo infecto de la condición humana que uno descubre con un mero paseo por la calle o una lectura a vuelo de pájaro del diario, nos hizo ver (o quiso hacerlo) entre otros espantos que (según él) todos señores queremos copular con nuestra madre y matar a nuestro padre. Bien que se me podrá criticar cada una de las líneas antes escritas, y mi vulgar exposición de teorías tan serias, pero estas son a muy grandes y caricaturescos rasgos, parte de las teorías freudianas.

Andante

Quien quiera especializarse en una disciplina tiene varias opciones por las cuales debe forzosamente transitar, si quiere ser un profesional: serio, actualizado, etc. Entre estas obligaciones tácitas que exige toda profesión y que exceden el terreno de lo que el título especifica, o lo meramente académico, existen los cursos, congresos, encuentros, seminarios, etc. En nuestro caso de comunicadores visuales trataremos de los dedicados al diseño en comunicación visual en general.

Estos, con mayores o menores diferencias, siempre están estructurados de forma similar. A saber: varios destacados profesionales dan charlas magistrales acerca de uno o más de sus trabajos, o bien del conjunto de ellos (es decir exponen sus carreras de forma testimonial si se quiere), también puede darse que preparen charlas sobre temas particulares. Por otro lado muchas veces se completa la oferta del curso o encuentro con talleres donde se trabaja en grupos sobre temas propuestos en las charlas, o sobre otros elegidos por los docentes de la ocasión. Más o menos este tipo de eventos son todos así.

Cabe señalar que es notable lo que se aprende, siempre y cuando los expositores sean de calidad, y aún cuando uno no simpatice particularmente con el trabajo de alguno, es siempre aleccionador escuchar un proceso de diseño o de producción. De la misma forma y con el transcurso de un evento, o mejor si son varios de ellos, uno se puede dar una idea (lentamente y acopiando datos) de las constantes o las repeticiones o los lugares comunes internalizados en el horizonte simbólico de la disciplina, expresada a través de las palabras, los ejemplos, y por que no (alguno debe haber seguramente) de los pensamientos de los expositores.

Amén de las ideologías particulares (ideología en sentido amplio como “visión del mundo”, todos mal que nos pese llevamos una), que configurarán y seguramente dirigirán en mayor o menor medida el hilo de las palabras, y amén del campo concreto en que aplica su praxis cada uno, con sus especificidades eventuales y sus diferencias lógicas, podemos muchas veces descubrir en las entrañas (y a veces en la epidermis) de los discursos referidos al diseño, constantes y referencias a temas que, debemos indicar, van cobrando importancia a fuerza del relieve que les presta su reiteración.

Y estos temas se nos revelan como las preocupaciones fundamentales del discurso del diseño. Y digo del discurso pues hay que establecer una diferencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se enuncia y la instancia en que esto se lleva a la práctica. Quiero trabajar puntualmente sobre el tópico que, al menos en lo personal, he percibido como de onda importancia en lo que se refiere a la disciplina del diseño. Y este tópico lo definiría al modo de Derrida como la tensión de un binomio de conceptos opuestos, estos son: creatividad vs. racionalidad.

Es notable como en las palabras de prácticamente todos los diseñadores que he tenido el gusto de oír disertar, el énfasis está siempre puesto en la segunda opción de este binomio de supuestos opuestos en detrimento de la primera. Esto traducido sería: el diseño tiene que ver con la racionalidad: el pensamiento dirigido, el proyecto, el análisis, el trabajo, lo buscado, etc., en contra de la creatividad: lo espontáneo, la solución imprevista, la genialidad, etc. Puestos a decidir entre los dos platos, los diseñadores eligen siempre una dieta racional.

Andante allegro

En rigor, no deja de ser sorprendente que una disciplina, relacionada en el imaginario popular con la creatividad (esos tipos creativos locos que hacen dibujitos), sea, por boca de quienes la frecuentan, pues la disciplina como tal no existe más que en el cuerpo o la carnadura de los profesionales que la componen (la disciplina ni ES ni habla ni se expresa), definida como racional. Una solución a un problema establecido, en este caso comunicacional. La mejor solución que se pueda PENSAR.

Por otro lado, en general lo que cree la gente, fruto tal vez del mil veces repetido y manoseado “sentido común” (no voy a ceder a la tentación de anotar aquí esa frase pelotuda tan explotada por el periodismo), no coincide casi nunca con los brillantes pensamientos de los teóricos. Pues los teóricos (cualquiera sea su ideología) es bien visto no sean comprendidos por la gente; en todo caso si así fuera los llamaríamos tal vez “prácticos”.

“... Representada en un gráfico, la vida espiritual sería como un triángulo agudo... en la cima del vértice hay muchas veces, sólo un hombre. El gozo de su contemplación es igualable a su desmedida tristeza interior. Los que se encuentran cerca de él no lo entienden, y con indignación, lo acusan de loco o impostor...”. ¿Una cita de la Biblia? Están hablando de un profeta seguramente. No, es el señor Kandinsky hablando de Beethoven. Pero, ¿quién no desearía en suerte la miseria de un genio? Me parece una buena parábola sobre los teóricos.

Nosotros, que no tenemos la fortuna de estar en el exclusivo vértice de la pirámide, pero sospechamos tampoco estar en la base, sí damos crédito al pensamiento de la GENTE, y más allá de demagogias baratas, coincidimos con ellos. Y en contra de todos los teóricos o los profesionales que teorizan al respecto, puntualizamos aquí nuestra idea de que sí, muy a pesar de muchos (de la mayoría) el diseño es una disciplina fundamentalmente creativa.

Adagio ma non troppo

Mi formación no es la del diseño (disculpen que hable de mi pero para que sepan desde dónde hablo) sino la de las artes plásticas, sin embargo soy diseñador digamos, de facto. ¡Horror! Bien que este pequeño pecado me hace ver desde las dos disciplinas lo que quizás no se vería desde una sola. Y lo que veo es esta porfía antes señalada, de enfatizar el lado racional del diseño por sobre su faz creativa, muchas veces descartada de plano.

En primer lugar ¿Qué sería puramente racional? Reduciendo la subjetividad ¿La matemática sería puramente racional? Pues no, ya que existen hasta en las matemáticas números irracionales, y hasta en la física zonas de relatividad (E = mc2). Entonces, los criterios de racionalidad no son aplicables en rigor ni a la más dura de las ciencias humanas. Siempre en todo lo humano existirá la tensión cabeza vs. vientre indicada por Platón.

En segundo lugar ¿Puede algo de lo relacionado con lo visual teorizar taxativa y racionalmente acerca de algo tan huidizo y poco definible como la percepción, o la recepción de los mensajes, o la definición de los lenguajes? Todo el siglo XX ha estado rumiando teorías al respecto: gestálticos, estructuralistas, semióticos, posmodernos, etc., etc., etc., y hasta la fecha nadie ha arribado a una respuesta acerca de cómo elaborar un mensaje (visual, escrito, hablado, filmado o lo que sea) para que el otro lo entienda tal y cual nosotros queremos transmitirlo. Siempre debemos toparnos con el monstruo obtuso de la polisemia y la fuga de sentido.

En tercer lugar ¿Puede una disciplina como el diseño, con una deuda tan evidente con toda la historia de la plástica y las prácticas relacionadas con lo visual y lo creativo, ignorar de manera tan flagrante que su discurso racionalista se derrumba, cuando contemplamos un producto concreto de su práctica: un diseño? Puede acaso ignorar que la ortogonalidad más furiosa y la síntesis más escueta se la debe a un holandés llamado Mondrian y a un ruso llamado Malevich, que eran como no, artistas plásticos. Puede acaso dejar de lado el contenido plástico inherente a la elección de tal o cual color, de tal o cual forma o configuración de un mensaje visual. ¿Que es sino una paleta de colores? ¿Una lista de colores seleccionados para formar un sistema? No señores, una paleta es una madera fina de forma ovoide con un agujero en un extremo, que el pintor utiliza precisamente para mezclar sus colores. Y hasta ese ínfimo término el diseño se lo debe a la plástica.

Puede acaso ignorarse, que por más que se quiera limitar desde el discurso la aparición del sujeto, de su personalidad (su sello personal si se quiere), en el producto final de diseño, esto ocurrirá fatalmente porque es imposible que el sujeto se sustraiga a si mismo, que escamotee su persona en el acto que precisamente le está pidiendo a gritos decisiones, selecciones, omisiones, etc., que sólo pueden llevarse a cabo filtradas por un cúmulo de valores, creencias, gustos, fobias, etc., que llevamos cada uno de nosotros en ese manojito de heterogéneos de que estamos compuestos ¿Es que acaso todavía no hemos advertido que la pretensión de objetividad es un ideal, y su búsqueda sería un gesto tan manierista y estéril como su rechazo?

La gente tiene razón. Cuando uno contempla una pieza de diseño, está viendo además de un fruto del pensamiento y el análisis, un objeto que se configuró a través de un acto creativo y de soluciones libadas desde el alambique de las artes plásticas. Pero también un cuadro, que es diríamos plástica en estado puro, pues no quiere ni tiene la intención de comunicar un mensaje unívoco, también tiene en sí una instancia de desarrollo, de análisis y de proyecto, más complejo y pormenorizado a veces que una pieza de diseño. Fíjense sino en las intervenciones espaciales del artista búlgaro Christo que en su mayoría no pasaron de ser simples planos y proyectos. El acto creativo más excelso, volado y aparentemente soplado por las musas al oído del creador, también conlleva (contra el prejuicio generalizado) una instancia fuerte de análisis, de pensamiento y también de racionalización.

¿And Why?

¿Por qué esta resistencia a asumir desde el mundo del diseño, su componente innegable de creatividad, que es junto al pensamiento racional una pieza fundamental (no una pieza menor, no un resultado de...) de su praxis?

La primera explicación que salta a la vista está dada desde el ámbito académico, desde la docencia. Ya que es deseable internalizar en quienes en un futuro van supuestamente a señalizar nuestras calles, que lo mejor para ello será lo más claro y de fácil lectura, y no la riqueza visual o la estética del resultado. Que lo fundamental en la disciplina es “pensar” y no “hacer dibujitos”. Desde este punto de vista, es justificable un mensaje de este estilo dada la innegable e inmanente presencia en el estudiante de una voluntad fuerte por “hacer dibujitos” y no por “pensar” (yo también tengo mis prejuicios). Sin embargo sería bueno señalar que aunque se les prohiban o limiten “los dibujitos”, esto no va a traer aparejado un aumento en el “pensar”. Si se los pone en penitencia sin dibujitos (se les apaga la tele digamos) y no se les alcanza un libro a cambio, difícil que los niños comiencen a teorizar de la nada.

Por otro lado, esta justificable tendencia a la hora de la enseñanza se ve inválida si uno profundiza. De acuerdo, es deseable que los alumnos piensen, pero en líneas generales es deseable que todos pensemos, seamos alumnos, docentes o colectiveros, insistir en este punto es (si se me permite) un tanto ridículo pues es imposible (les juro que yo no lo descubrí) sustraerse al “pensar” ni por un momento de nuestras vidas.

De acuerdo entonces, comenzamos pensando, pero no concluimos allí, en algún momento habrá que sentarse a producir un “algo”, concreto o la mayoría de las veces virtual (todo lo que diseñe en una computadora son ceros y unos organizados). Y cuando se llegue a ese “algo” habrá que DECIDIR. Ni más ni menos que esto. Decidirá tamaños, texturas, claves tonales, colores, combinaciones, contrastes, dominantes y acentos, tipografías, tipografías y su interacción con el entorno, juegos tipográficos y bloques de texto; y toooooooodo esto, mal que les pese a muchos, tiene que ver con una solución o decisión o producción o manipulación plástica. Y la decisión racional que debe intervenir en este ejercicio, será cada vez menos importante, porque llega un punto donde dos colores expresarán algo parecido (si queremos formalidad un azul marino o un bordó será lo mismo) y entonces, como el contenido simbólico del color es algo tan relativo (relativo por ejemplo a la geografía, en oriente el luto es blanco) intervendrá algo que se sustraerá a las trompadas de la razón, y decidiremos por el que más nos gusta. Y el que más nos gusta es el azul porque nos gusta el mar porque nos llevaba papá y éramos felices cuando niños jugando en el mar y nos gustaban las olas en la planta de los pies y hundirnos en la arena. Y si encuentran un ápice de racionalidad en la elección de ese azul, los felicito.

De nuevo ¿Por qué negar algo tan evidente? ¿Por qué definir como eminentemente racional una disciplina con tan fuerte relación con lo creativo y lo subjetivo?

Es mi humilde opinión que la respuesta pasa por el lado de lo que implica el hecho de definir algo. En este caso el diseño. El diseño es una disciplina joven. En comparación con otras actividades como pueden ser la plástica, la arquitectura, las matemáticas o la taxidermia, el diseño corre con una desventaja apreciable en cuanto a tiempo de desarrollo o de permanencia. Como joven que es, todavía está buscando los límites de su pertinencia, y se los disputa a veces con personajes tan denostados en nuestro medio como los tiránicos y diabólicos imprenteros. El diseñador todavía tiene que estar explicando a las tías viejas qué es lo que hace todo el día sentado frente a la computadora, mientras que el primo Poroto, que es médico, no tiene que perder la navidad en tales explicaciones.

Varios son los caminos que se ensayan para situar y definir al diseño.
Existen quienes se zambullen en la historia y empiezan a descubrir el diseño antes del diseño: entonces se habla del diseño de los códices aztecas o de los jeroglíficos egipcios. La herencia es vista desde la óptica de la pertenencia aún antes de confirmado el traspaso: siempre hubo diseño. Este sería un extremo, claro está. Pero parece ser inherente a la condición humana, como lo señala Foucault, inventarse un pasado para justificar o reforzar el presente.

Sin embargo existen elementos concretos (la línea, el color, la composición, etc.) que, más allá de estas exageraciones, nacieron en otras disciplinas y son utilizados diariamente por los diseñadores. Asumir esta herencia, podría beneficiarlos, pues conferiría una nueva categoría a estos elementos, y ampliaría la profundidad de su análisis. Que en lo que se refiere por ejemplo a ciertos recursos decorativos superfluos, muchos diseñadores adictos a los filetes y a las texturas, se verían favorecidos por lecturas tales como “Ornamento y delito” de Adolf Loos.

El camino opuesto es el de negar la herencia, o minimizarla, y aferrarse por ejemplo a lo poco que es de incumbencia y uso exclusivo del diseñador: la tipografía. Construyendo alrededor de un elemento (tan importante como lo pueden ser la línea, el color o la composición) una profesión, o la base de ella.

Aquí también aparecen, quienes subrayan el aspecto racional de la disciplina (casi todos) (¿tal vez porque las disciplinas supuestamente racionales tienen una mayor peso simbólico? qui lo sa). Así y todo, ya dicho está, el resultado los delata, delata su origen y sus rasgos de familia, delata el fuerte componente creativo del diseño y su filiación artística, pese a todos sus jóvenes esfuerzos por negar su herencia, y como quería Freud, por matar al padre.

La decisión se da entre aceptar la herencia (la herencia concreta, no la inventada) o negarla. Crecer desde un lugar o desde otro. Con justicia, y a mi entender, sería más provechoso aceptarla. Es evidente que hasta quienes pregonan el discurso racional, son grandes admiradores de la historia del arte, como ponen de manifiesto en sus ejemplos, y hasta en sus actitudes. Son también grandes explotadores de los recursos plásticos, como demuestran en sus trabajos y diseños. Por qué entonces no darle a la creatividad el lugar que le corresponde en el discurso, ya que en la práctica lo ocupa de hecho. Sería más claro y más práctico para quienes aprenden y para los que diseñan, que decir y hacer sean una misma cosa.

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